Tenemos nuevos inquilinos. Y mi amiga Ana que los ha acostumbrado a comer de todo, parece mentira, macarrones cocidos, revuelto de cebolla, calabacín y huevo, judías con espinacas, ensaladilla rusa... ¡Increíble!
Comen también de la mano, aunque con el más pequeño hay que tener cuidado cuando tiene mucha hambre, es mejor tirarlo al suelo para que lo coja de ahí; en cambio, el que es un poco más grande lo coge con la zarpa suavemente o con los dientes pero sin hacer nada de daño.
A quien no tengo que perder de vista es a Amalia, que cuando tuvimos los pollos, ya intentó un día llevarlos a casa de su tía escondidos en una mochila. Menos mal que me di cuenta a tiempo.
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